martes, 30 de junio de 2015

Efecto mariposa

"No, por favor, esta noche no, no como siempre, deja que hoy pueda ser yo quien esté encima de ti."

Tal vez, lo que ella deseaba con ese ruego era demostrarle todo lo que había aprendido de él, de sus caricias, de sus historias, de su cosquilleo incesante en busca de la palabra adecuada para seducirla, para llenarla de su ser y dotarla de una existencia plena. Tal vez sólo quería cambiar su rutina.

"De acuerdo, hazlo."

La frase era turbadora, no tanto por el tono insípido, aunque afable, de su voz, como por la simple, rápida y afirmativa respuesta, pues ya estaba preparando una segunda súplica y proyectando una posible discusión para convencerle. Aquella rendición incondicional la incomodaba, seguramente hubiese preferido que la respuesta fuera un "no" rotundo porque, en ese instante, cuando pudo optar a ser libre, se preguntó si él sentía la misma insoportable rutina.

"Hazlo, no se a qué esperas."

Insistió él, con más condescendencia que amor, con lo que a ella se le antojó un tono burlón y desafiante. Acaso las palabras que dice una persona pueden significar cosas distintas según los oídos que las oigan, ella comenzó a llenarse de ira, sin embargo, cuando estaba a punto de estallar, de gritarle y arañarle por su falta de tacto, él volvió a sorprenderla tumbándose, sin decir nada.

"Ya voy, mi amor, ya llego a ti, mi amante incansable, ya estoy en ti, mi amigo inseparable."

Aquella noche no hubo ninguna historia que contar, no hubo palabras bellas dibujadas sobre el otro, no hubo nada, tampoco reproches; sólo hubo una regla rota, sólo una, pero un único cambio puede ocasionar muchos efectos o puede impedir muchos afectos.

A la mañana siguiente, la hoja de papel seguía inmaculada, perfectamente intachable, tumbada delicadamente sobre el hermoso bolígrafo.

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