jueves, 26 de marzo de 2015

Ni un minuto más

Un minuto he tardado hoy en calentarme el café, sólo dos minutos después ya estaba llevando la taza al fregadero, con el poso oscuro mezclado con migas de galleta.
En tres minutos, el pijama en el suelo, los dientes limpios y la ducha llenando de vapor el espejo del baño.
Dentro de la ducha, el tiempo no recorre la misma velocidad que fuera, lo he comprobado científicamente, así que no soy capaz de determinar cuánto estuve ahí.
Cuatro minutos es lo que he destinado a secarme por completo, antes de salir del baño, empapado de nuevo sin saber cómo.
Cinco minutos para decidir el atuendo, una camisa blanca, el chaleco marrón, un traje azul marino, para vestirme y para anudarme la corbata, a juego con el chaleco.
En seis minutos hago la cama, recojo el baño y friego la taza del desayuno.
Siete minutos es lo que tardo en bajar al garaje, sentarme en el asiento y ponerme el cinturón de seguridad, arrancar el coche y ponerme al día con el noticiario de la radio.
En ocho minutos, lo que se tarda en desayunar y llegar a la ducha, un poco más de lo que supone decidir la ropa y vestirse, apenas algo más de lo que se emplea en recoger la casa, en ocho minutos, 150 personas han perdido la vida sin tiempo a despedirse de su familia, de sus padres y madres, de sus hijos e hijas, de sus amigos y amigas...en ocho minutos miles de besos se han perdido para siempre y miles de abrazos, en ocho minutos, risas y llantos, silencios y voces se han callado para siempre.
Hoy, al despertar, he comprendido que no puedo perderme ni un minuto más de ti.

lunes, 23 de marzo de 2015

Olvido

En tu perfume
me tumbé para soñarte
y tener el tiempo en mi bolsillo
guardado a buen recaudo
sin latidos.
A tu memoria
entré sin ser preciso
y dejar mi beso esquivo en un rincón
para saber que en otro sueño
tu esencia enlazará con mi destino.
En tu silencio
me escondí sin hacer ruido,
porque tu llanto seco
ya se ha ido
y el resto de mi ser duerme en un nicho.

El anciano amante

Delicada, su mano acaricia la carne fría y húmeda, temblorosa, cargada de dudas en cada movimiento, deslizando sus dedos, ancianos ya, casi con reverencia clerical.
El péndulo del reloj de pared golpea el tiempo con sus pasos, casi avisando de lo tarde que se está haciendo.
La respiración jadeante, cansada pero ansiosa, muestra el temor en cada suspiro que pronuncia su boca, con los labios ligeramente abiertos, pero deseosa de ser receptora de un beso cómplice y recíproco.
El sol se ha sonrojado, como si se avergonzase de ver el hermoso pero secreto baile de aquella habitación.
Sus ojos jubilados, apenas bajo la crepuscular luz que penetra entre las cortinas de gasa amarillenta, permanecen ligeramente cerrados para no perder el camino que le conduce hacia su sueño.
Sus oídos hace años que no oyen, pero aún así siente, en cada partícula de la estancia, una melodía dulce, sensual, rítmica, que le hace creer que lo está logrando, que esta vez no debe rendirse, que puede seguir hasta el final.
Al terminar la canción de su alma, su corazón se llena de paz.
Cuando la luz de la tarde da paso a la de las farolas, Juan ya ha terminado un hermoso busto de barro que descansa sobre una mesita de madera, se ha encendido un cigarro y, antes de morir, ha pronunciado un simple: " Ya volvemos a estar juntos, mi amor".

miércoles, 18 de marzo de 2015

Muero sin morir en mi

Cerca de mi alma vi pasar mi nombre en tu voz delicada. Tal vez llegaste a acariciar mis brazos fríos o mi rostro, apenas lo recuerdo, sólo sé que me miraste a los ojos largo tiempo, hasta que nos fundimos en una esencia, en un ser sediento de más deseo. Luego, colmado de amor, llegó la distancia, la oscuridad, el silencio, el gélido abrazo de la nocturna soledad.
Nuevo día, nuevas caras, nuevas miradas, pero no tus ojos, nunca más tus ojos. Luego otra noche, con su melancólico reloj cargado de segundos interminables.
Así, uno tras otro, los días dieron paso a las semanas, estas a los meses y, por mucho que traté de hallar tus ojos, los años se me vinieron y tú no.
Sin más, no recuerdo cuanto tiempo había pasado pero sí que ya, dolido y abatido, apenas te buscaba, sentí de nuevo aquel calor que una tarde hiciste mío, noté aquella caricia que añoraba mi frío ser, alcé la vista y vi tus ojos, pero no lo eran, vi tus manos, pero tenían otra edad, eran más jóvenes.
Entonces escuché, de nuevo, mi nombre en tus labios, David de Miguel Ángel, y mi alma volvió a latir, como aquella vez, como aquel día que me sentí vivir entre tus brazos, enredándome en tu alma.
Pero, trágico e imperturbable destino, de nuevo te fuiste y me quedé solo, completamente solo entre la muchedumbre, lamentando mi quietud y mi vergüenza, volviéndome loco cada minuto de mi imperecedera existencia, sin saber qué nombre le pusiste a nuestra hija.

miércoles, 11 de marzo de 2015

Hoy me he dormido esperando tu amanecer.

Nada me duele tanto como saber que ya no despiertas conmigo sino junto a mi, que nuestra respiración se ha llenado de suspiros por nuestros silencios, aquellos silencios que nos llenaban de miradas, antaño, y ahora nos destruyen el camino recorrido, sin dejar huella del tiempo que tuvimos y sin permitir a la esperanza que tome de nuevo el rumbo de nuestra felicidad para encontrar la palabra que se ha perdido.
La triste soledad de nuestra cama llora mientras soñamos, sin delatarse, sin descubrir la terrible pena que empapa cada partícula de su ser. Ya no nos toma en brazos para hacernos el amor, solo nos sostiene en su regazo, sollozando, a la espera de que los despertadores nos separen de nuevo.
Tú has decidido y yo, decidiendo también sin hacerlo, respetando tu ruego sin discutirlo, he permitido y resuelto sin comprenderlo, sin entenderlo, con la diligencia de quien cree que ha hecho suyo el imperativo de otro y lo ha cumplido, sin saber que la plegaria no rezaba tal deseo, sino el contrario.
Hoy me he dormido esperando tu amanecer, y no he encendido el despertador para poder verte un poco más.

sábado, 7 de marzo de 2015

El olor

Al abrir la puerta noté un olor extraño, desagradable, y, cual sabueso, anticipé mi nariz a mis pasos y me dispuse a buscar el origen del nauseabundo hedor.
El gran problema de los apartamentos, con su infinita humildad y sencillez y su diminuta magnitud, es que cualquier olor, por débil que sea, parece impregnarlo todo por igual, de manera que la empresa que, en un primer momento se me antoja leve, se torna complicada y parece que nunca se logrará.
Dejo la nariz en "estanbai" y paso a realizar una inspección ocular del escenario.
Mi primera idea pasó por revisar el retrete, parece lógico asumir que los malos olores provengan de tal localización, sin embargo, y para mi sorpresa, la pulcritud de aquel habitáculo podía solo asemejarse a la resplandeciente inocencia de un amanecer en el polo norte, limpio e inmaculado.
Dirigiendo mis pasos hacia la cocina, trataba de razonar, deducir y obtener la recompensa del hallazgo ansiado, aunque aún no había pensado qué hacer con la fétida sorpresa cuando la encontrase. Tampoco había nada raro allí.
Al final, dado que la noche hacía tiempo que dormía ya y en el reloj del salón, una de esas imitaciones de reloj de pared que tanto me gustaron siempre, las doce de la noche habían sonado varias horas antes, decidí abrir las ventanas de la cocina y el salón y, sin más, tumbarme en la cama a descansar de una vez.
A la mañana siguiente, el olor que surgía de las ventanas alertó a los vecinos, quienes llamaron a la policia. El agente que entró en mi habitación notificó el hallazgo y avisó para que viniese a verme el forense.

jueves, 5 de marzo de 2015

De vuelta

El color rojizo de las nubes me habla de lo lejos que está mi destino; como un reloj de arena, desangrándose sobre su misma esencia, las líneas discontinuas, que un día fueron blancas, se abalanzan sobre mí con hastío y melancolía, con la cadencia ralentizada, al ritmo de una marcha fúnebre y funesta.
Miro el reloj, es tarde. Miro por la ventanilla, también es tarde.
Me preparo un cigarrillo con devoción de orfebre, con manos expertas tomo el papel, preparado para que, al enrollarlo sobre las hebras de tabaco, la goma quede accesible a la punta de mi lengua. Cuando termino de liarme el cigarro lo enciendo con un mechero que apenas tiene ganas.
Miro el reloj, no pasa el tiempo pero cada vez es más tarde.
Bajo la ventanilla, sólo unos centímetros, lo justo para poder exhalar un hilo de humo que parece unir el interior con el exterior del coche. Fuera se hace más tarde.
Tomo una calada, cálida como el sol que ya se ha ido, espesa como el sueño que me llega.
Los faros de los coches que van a donde estuve me molestan, cada vez cierro más rato los ojos.
Miro el reloj, se ha parado pero cada vez se hace más tarde. Me quedo mirando por la ventanilla.