sábado, 19 de julio de 2014

La hora de Ángel

Nunca un atardecer había durando tanto tiempo. El resplandor mortecino de un anaranjado astro a punto de extinguirse permanecía aferrado, por la punta de sus rayos, al inalcanzable y eterno horizonte. Era como si el tiempo no quisiera seguir con su discurso imparable.

***

Sin reloj, tratando de adaptarse a la lentitud de aquellos segundos, resultaba, cuando menos, una operación de imposibles senos, cosenos y cuadrados de hipotenusas saber la hora que era, por lo que, Ángel, decidió explorar en las profundidades de la razón y se aproximó a una joven de aspecto pulcro para resolver su duda.

La hermosa muchacha permanecía silenciosamente reclinada sobre un pedestal de un cemento ajado por el clima y por la edad, además de estar cubierto de un sutil aroma de mascotas de ciudad, cuyos dueños siempre estaban más preocupados por conservar un espacio propio que por dar libertad a sus animalillos.

Apenas oculto bajo unos paños ligeros, su cuerpo se insinuaba con serenidad y parecía seducir a cada ser que se acercara a su poderoso campo de atracción. La leve brisa que se deslizaba entre los árboles del parque, arrojando sutiles sensaciones de agradable frescor mezcladas en una serie de sonidos primaverales, parecía querer apartar un poco más el vestido de la bella dama, que ya mostraba algo más que una rodilla bronceada.

***
-Buenas tardes, - se presentó con elegancia- ¿sería tan amable de decirme la hora?

Ella no se inmutó, parecía no haber escuchado las amables palabras que tanto tiempo se habían entretenido en la cabeza de Ángel, nerviosas porque no estaban acostumbradas a dirigirse a los desconocidos.

***

Eran raras las ocasiones en que el muchacho, de aspecto desgarbado, con la melena descuidada en un remolino de trenzados caracolillos, salía al encuentro de la sociedad.

Su mundo era cerrado y solitario, apenas salía de la habitación, aunque no tanto debido al miedo a la gente, al barullo ciudadano, a la convulsiva humanidad que nunca se detiene por nada, su fobia era más bien por sentirse sólo entre tanto gentío; sin embargo, aquella mañana había sentido la necesidad de explorar los alrededores, una vocecilla en su interior le había empujado a ponerse unos pantalones que habría encontrado en algún armario, una camisa negra desteñida, de cuello mao, y sus zapatos roídos por el descuido. Antes de salir de la habitación no se miró al espejo, nunca lo hacía.

***

La femenina cara parecía tornarse de un color rosa carmesí, suceso que se antojó, en la mente inexperta de Ángel, como un efecto fisiológico propio de quien se siente avergonzado por un pensamiento inquieto, o por una posibilidad callada por el silencio de la inmoralidad autocensurada.

-Perdona,- quiso insistir utilizando un trato más cordial, pero sin pretender ofender- ¿tienes hora?
Impasible, alzada su mirada un poco por encima del crepúsculo, como tratando de entender dónde quería meterse el sol, ella mantenía sus labios sellados, pero sin perder la sonrisa.

***

Ángel se mantuvo en silencio, arrimado a la sombra cada vez más larga de la dulce joven, tratando de imaginar por qué no quería responder.

Tal vez no le entendía, tal vez la muchacha era de otro país, quizás de uno lejano, de un lugar maravilloso donde las palabras tenían otra forma, donde los colores respondían a otros nombres y los adjetivos, a pesar de significar lo mismo no sonaban sino como un mar de intrincadas siluetas desdibujadas de un cuadro de Van Gogh.

***

-¡Mira, mira!- asaltó un individuo tirando de la manga de la que parecía su reciente esposa- ¡Es Anabel!

-Sí…ya lo veo, cariño… venga... una foto y volvemos al hotel, ¿vale?- coqueteó con la mirada, con los ojos que sólo ellas saben poner, con esa sonrisa pícara a la que no se puede negar uno.

-Nada de fotos…- balbuceó ansioso mientras pellizcaba, sin vergüenza, el culito respingón de su acompañante- ¡vamonos ya!

***

Las risas contagiosas de la pareja resonaron durante un rato llenando el ocaso sepulcral del parque. Cuando se apagaron, Ángel ya había grabado el nombre de la desconocida en una libretita que guardó en el bolso de la camisa.

-Estúpidos- susurró Ángel saliendo de detrás del árbol que lo cobijó al llegar la dichosa parejita - no entiendo porqué la gente tiene que molestar siempre.

***

Anabel no hizo ningún movimiento, ni cuando casi rompen su eterna serenidad con unas fotos, ni cuando regresó a su vera el muchacho, con una información, escondida en su corazón, como un tesoro.

-Ya conozco tu nombre, - musitó el joven, asombrado por la frialdad marmórea de la muchacha- te llamas Anabel...

Ángel se mantuvo expectante, a la espera de cualquier movimiento, cualquier sensación, cualquier pequeño detalle que, por sutil que pudiera ser, se habría antojado un gran éxito en la cruzada a la que se había lanzado el joven; sin embargo, todo lo que pudo apreciar fue cómo el tono ruboroso de la bella muchacha se tornaba de un rojo rubí, incandescente y volcánico, del color del odio reprimido y la cólera a punto de estallar.

Ángel, temiendo que, tal vez, estaba comenzando a molestarla, quiso disculparse.

-No quería importunarte, de veras, solamente quería saber la hora que es.

            Anabel mantuvo su mirada apartada, huidiza, ajena a la voluntad férrea del joven, quien, continuaba manteniendo una distancia mediterránea, más propia de un acercamiento que de una separación pero, con el prudencial decoro, respetando el límite espacial de los desconocidos.

***

            El incómodo silencio femenino fue rompiéndose, sutilmente, por una jauría de chillidos lejanos y descoordinados. Poco a poco, aquella violencia aérea fue invadiendo el sacrosanto emplazamiento en el que, la extraña pareja, mantenía su unidireccional relación.

A medida que los ruidos empezaban a concentrarse sobre las cabezas de los jóvenes, Ángel se dio cuenta de que se trataba de los pájaros que solía ver desde la ventana de su habitación enredándose en juegos celestiales, torbellinos acompasados en perfecta formación, una nube negra que atravesaba el cielo de la ciudad con una extraña y sobrenatural puntualidad, ya que, con una sincronización de cuarzo más propia de humanos que de animales, surgían, de la nada, a la misma hora día tras día.

Ángel tenía, al fin, su respuesta, aunque no de los labios sellados de Anabel sino de los locos estorninos que habían aparecido en el parque. El problema era recordar a qué hora hacían su aparición; la última semana no se había asomado a la urbe, su persiana había permanecido cerrada, evitando el contacto con la realidad exterior, por lo que no había prestado atención a los puntuales acontecimientos que le otorgaba la naturaleza.

-Son estorninos,- comenzó a explicar Ángel- negros como la noche y con el pico amarillo. Son el anuncio de la naturaleza para que los animales vuelvan a sus casas a dormir o eso decía mi madre.

            En realidad nunca había conocido a su madre. Se había criado con su abuela ya que sus padres murieron cuando él no tenía más que unos meses de vida.

***

Cuando las farolas del parque comenzaron a encenderse, con un chasquido perfectamente compenetrado ejecutado de modo marcial, y pasaron del azul eléctrico a una especie de naranja sereno, el canto de las aves se fue rompiendo por ráfagas de silencios iluminados de noche.

El frío de la nocturna brisa, atravesada de los recuerdos aún cercanos de un invierno que apenas había pasado, puso la piel de Ángel ligeramente espigada. Recordaba que, al salir de la habitación, tuvo en sus manos una chaqueta de punto, ahora se lamentaba de no haberla traído finalmente, no tanto por él, sino por la posibilidad de ofrecerla a la dulce Anabel.

***

Alguien se acercaba por uno de los caminos del parque, sonaba divertido, era como si un grupo de críos salieran del colegio en pleno recreo, mucho barullo, pero completamente inocente.

Ángel se ocultó de nuevo entre las sombras de un sauce, a la espera de que aquel jolgorio se esfumase del mismo modo en que había aparecido.

-¡Mira!-gritó uno de ellos.
-¡Ahí está! ¿La ves?- acompañó otro -¿Está buena o qué?
-¡Qué, tía! ¡Qué guapa tan calladita!- y las risas y las burlas siguieron.
Las ofensivas palabras resonaban violentas en la cabeza de Ángel como si un tambor de dimensiones inhumanas hubiese sido golpeado con furia por un semidiós.

            No entendía porqué hablaban así, ¿se referían a Anabel?, ¿quién, en su sano juicio, se atrevería a hablarla así? No podía ver desde su nicho, pero comprendía perfectamente que nada bueno podía estar pasando.

            Nervioso, asustado, trató de encontrar en su interior un poco del valor del que tanto había escuchado hablar en la tele, aunque era complicado luchar contra su anquilosante fobia social.

Paralizado de dolor moral, sólo podía esperar que el tiempo, que hasta ese momento había transcurrido dulcemente lento, recuperase su ritmo y arrastrase lejos a los animales que se habían atrevido a profanar la honra de la hermosa dama.

***

Al cabo de un rato, las irracionales criaturas se cansaron de ofender y humillar. El estallido de unos cristales y unos pasos acercándose al lugar, veloces, disgregaron a los infames y disolvieron el aquelarre.

-¡Malditos cabrones!-gritó con furia Ángel al asomarse desde detrás del sauce.

***
-¿Quién eres?- interpeló un hombre alto y delgado, con un extraño uniforme de colores verdosos que, al amparo de las farolas, se antojaban ocres y amarillentos.
-Soy Ángel.
-¿Has visto a esos energúmenos?-le preguntó el acompañante del primero, un tanto más rechoncho y bajito.
-No, sólo les escuché gritando a Anabel.
            Los dos uniformados se miraron fijamente durante un instante, extrañados ante la desconcertante respuesta del joven.

-¿Qué hacías aquí?
-Sólo quería saber la hora y le intenté preguntar a ella- dijo señalando el cuerpo inerte tumbado en el frío césped.

            La pareja quijotesca volvió a mirarse con más incredulidad aún.

-¿Acaso creías que ella podía decirte la hora? Pe…pero…-y las palabras se apagaron en su boca antes de escupirlas-…pero si es una estatua- y comenzaron a reírse con tal estrépito que hasta los estorninos se despertaron y se lanzaron al cielo en busca de un paraje más sereno.


Aquella tarde, Ángel descubrió que las estatuas no saben la hora.

Nada y todo hay

NADA es lo que TODO tiene en común, para todos, para siempre.

Nada hay como la esencia misma del cosmos que te envuelve a cada paso que das, nada como la propia sed de aire que te atrapa con una consciencia letal impidiendo que los latidos cesen de modo voluntario, nada como el ligero rayo de esperanza que a cada suspiro se estremece en el viento solar tomando de su luz una energía liberadora que expande los pulmones en un infinito estado catártico que renace en cada parpadeo.
Nada hay como el balanceo constante de un péndulo atemporal e infinito, que marca la permanente variabilidad de todas las cosas y su inmutable sonido retenido en un tic-tac que ha de sentirse golpeando con delicadeza indeleble la dulce paz de la superficie de un océano en calma.
Nada tan tierno como un beso enamorado y granado, encarnado en los carnosos labios carmesí de un sol que devora a su paso nubes de tonos tristemente vacíos y los llena de esperanzado esplendor que se desprende sobre campos inundados de briznas susurrantes que navegan sin moverse al son de un viento que las llama a volar.
Nada tan tierno como la mirada profunda de un mar de otoños por llegar, lleno de la vida que me está faltando perdida en un cielo lejano que no quiere regresar y devolverme a la tranquila eternidad que me está prohibida de momento.
Nada hay como el murmullo sereno de una noche de sombras sigilosas que caminan de puntillas por los rincones del alma haciendo cosquillas en donde más duele, tratando de no dejar sino lamentos encogidos y escogidos llantos que pelean por desaparecer de una vez y para siempre y para nunca volver no dejan rastro de migas aunque sus pasos no se pierden en el horizonte arenoso, sino trascienden más allá de las distancias y se mantienen a mi vera para darme la señal.
Nada hay como la cálida sensación de una noche de verano que te abraza en el arroyo sinuoso de un riachuelo de corrientes ascendentes que rebuscan en tu interior, sofocando la nostálgica desazón que se cobija entre los sentimientos más hondos y los deseos más clamorosos.
Nada hay, por tanto, como no sentir el abrazo del sol llenando de líquido deseo el alma, como no sentir sino praderas desiertas, pobladas de sombras de lo que fue y nada más, tratando de encontrar un soplo de viento que te acoja los sentimientos y los lleve a donde el corazón quiere llegar.
Nada hay sino tristeza a cada paso, melancólica humedad que aflige el cuerpo y empapa de silencios fríos cada rincón de un ser que nada puede hacer sino esperar.

Si de noche lloras

Las lágrimas, con su cicatrizante sal de la mano, se tornan pesadas losas que oprimen algunas vidas.

Porque cierras
los ojos cuando quieres
ocultar tu llanto,
porque cierras
tu mar de melancólicas olas,
marea de soledad que,
cegada por la violencia de un sol
que no calienta
en tu invierno congelado,
retoza
entre acantilados cristalinos
y cielos encapotados.
Porque cierras
de par en par tu mirada
triste y callada,
porque cierras
tu ventana de transparente alma,
ánima animosa que,
muda por la crueldad de un viento
que no respeta
tu murmuro suplicante,
vaga entre silencios abruptos
y lamentos desconsolados.
Porque cierras
tu corazón no ves
que mis sentidos te están observando
y sigues llorando.

Llamada

Las dunas parecen llenarse con al arena del reloj que cuenta nuestro tiempo.

Llama de amada, tiempo infinito.
Rompo mi alma y exhalo,
entre quimeras de encuentros,
el límite mortal irrumpiendo
con impetuoso tronar
en el devenir de la realidad
y naciendo de nuevo,
con ilusión renovada
y alas de seda y el pandeoro
de un mosaico renacentista,
mi voz en ti.
Llama de amada, llamada esperada.
Enamorada en el delirio,
quemando las velas que te alejaron de mí,
abro mi corazón a los cuatro vientos,
volando lamentos y tempestades
que empujan mis diluidos lamentos
lejos de donde los puedan escuchar,
para que la vida siga su curso imparable
y el pequeño reloj que todo domina
atienda a razones perdidas
y a llamadas.
Llama de amada, canto dolido.
Resonada en mi cariño,
hinchando trapos de algodón y lino
jaleados por un torbellino de deseos,
la calma de ayer hoy ha crecido,
se ha hecho mayor
y su tez serena y paciente,
dominada por la angustia de la soledad,
anhelante de tu tacto
se muere a brazo partido
y corazón.
Llama de amada, tiempo infinito.

Intento en blanco

La pasión del encuentro entre la hoja y el lápiz, fruto del desesperado encuentro entre la soledad y la angustia.

Tierra maldita teñida de blanco despertar, absorbe con placer las extrañas siluetas sombreadas de unas notas discordes que señalan un camino que se antoja sin final, deleitando al amanecer con sus sentidos lamentos, desprendidos de toda ilusión, porque ya no queda aire en el mundo para relatar su desesperación apopléjica, detenida en un tiempo que no sabe continuar, atrapada en un cruce de vientos que la quieren desmembrar.
El lápiz repasa los sabores de la melancolía y se mece en la pútrida conciencia maldita que lo lleva de letra en letra, arrastrando a su paso cada palabra, golpeada por un destino separador que lo ahoga entre despedidas nocturnas día tras día, partiendo el alma de carbono que una noche soñó con ser diamante y ahora muere diluida en un infinito mar de historias pernoctadas.
La hoja observa la muerte lentamente anunciada del utensilio orador que orada su virginidad y disfruta con la pérdida de su tesoro, sabiendo que su paso de niña a mujer puede ser más que una etapa, puede darle la vida eterna, portando con orgullo el epitafio de un lápiz que describió un amor separado por un mar de tinta y arena.

Cartas a mi amada

(1)
Los días, inevitablemente largos, se arrastran lentos llevando en su equipaje la pesada carga de las noches sin ti.

Coronado de espinos, abrasándose en la palma de una mano, con el espíritu marchito evocando sentimientos como continentes deslucidos y nostálgicos, dolido de amores, sobre la paz ardiente de las estrellas infinitas y la insaciable frialdad de una pálida y mortecina luna, el crespón enlutado de una noche cerrada, cerrada a la vida y a la realidad, recelosa de las almas durmientes que vagan por un laberíntico camino jalonado de sueños, anuncia la muerte del sol, pero sólo un joven enamorado llora asomado a la ventana. Llora en silencio, llora en penumbras, llora por la amada que partió lejos a buscar al astro rey y que aun tardará muchos funestos atardeceres en retornar con su calidez para llenar de luz la oscura soledad que lo oprime.

(2)
Buenas noches, mi alma.

No puedo ya, ni quiero, sentir que no te tengo, sentir que ya te has ido hacia el desierto que me asola el corazón, hacia la perdida tierra sin nombre ni dueño, sin agua y sin perdón, dejando atrás el tiempo en que la risa conquistaba cada grano de vida que nos latía desde la punta de los dedos hasta el centro del corazón, sangrando dicha e ilusión por las cosas más mundanas y por lo demás.
No puedo ya, ni quiero, sentir que no te siento, sentir que tu calor ha abandonado el murmuro de unas sábanas frías que te esperan desde el primer día y que no me quieren transportar al mundo de los sueños donde sólo te puedo tener, donde los abrazos eternos pueden calmar todo el sólido silencio que me embarga y sin embargo, tratan de transportarme a la desolación de un desértico oasis en el que mis lamentos exhalan la nostálgica soledad que me asalta y que me entierra.
No puedo ya, ni quiero, sentir que aun no pasa el tiempo, que la arena del reloj se duerme y no camina, que la vida se me para en la palma de las manos y se escurren lentamente los días, tan despacio que casi los quiero atravesar y no puedo.
No puedo ya, ni quiero, sentir que no te tengo, sentir que no te siento, sentir que aun no has vuelto.

(3)
Si lo necesitas,
traeré mi tiempo y mi destino
aferrado a tu cuerpo dejaré,
y las noches
que aun nos quedan, embriagadas
de estrellas arropadas en un cielo
que las cobija en el silencio de una luna nueva,
serán segundos incontables
que se pierdan en la distancia que nos separa.
Si lo necesitas,
traeré tus sueños y tus deseos
enredados en mi pecho dejaré,
y los días
que aun nos quedan, empapados
de palabras arropadas en un viento
que las envuelve en el silencio de una duna nueva,
serán tormentos innombrables
que se olviden en la distancia que nos atrapa.

sábado, 12 de julio de 2014

¿Qué va a ser?

Se acabaron las despedidas, una mañana de frío invierno, mientras el sol apenas asomaba un palmo sobre el horizonte, entre lágrimas y silencios, todo terminó, sin grandes finales de película, tibio y desesperadamente insensible, despojado de los mismos sentimientos que jamás lograron llenar su vida.

El vaho de los cristales impedía discernir más que unas sombras huidizas que indicaban que la ciudad quería poco a poco despertar, pero que aun tardaría un rato en despojarse de sus sábanas aterciopeladas de noche y estrellas, de luna y sueños mojados.

El despertador llamó a la puerta de su inconsciencia y lo apagó por rutina, por la misma rutina que hizo que se pusiera en pie en dirección al baño para ducharse, no sin antes encender, siempre por rutina, la cafetera. Siempre lo hacía igual porque apreciaba, como pocas personas saben apreciar, el olor del café reciente mezclándose con las fragancias húmedas del jabón de Marsella.

Justo al mismo tiempo en que terminaba de ponerse los zapatos, el gorgojeo del desayuno le esperaba en la cocina, apagó la cafetera, tomó una magdalena del armarito situado sobre los fogones, se sentó con la taza de negro estimulante y desayunó, por inercia, por rutina, por la misma estúpida rutina que le había sacado de la cama, del placer, de la inconsciencia, y lo había devuelto a la dolorosa realidad que tanto le costaba tragar.

Bajóa la calle y se dirigió hacia la parada del bus, sin prisa, como siempre, no sólo por el hecho de que no deseara llegar a su trabajo, sino porque, como cada mañana, tenía tiempo suficiente antes de que el inflexible horario del transporte público le pusiera nervioso. Al llegar a la parada se percató de que las farolas permanecían encendidas aun, hecho que le confundió ligeramente y, por un instante, frunció el ceño en un escorzo de consternación.

Al llegar el autobús, buscó la seguridad de su asiento de siempre, casi al final del vehículo y junto a la ventanilla, a la misma poca distancia del martillo de emergencia y del pulsador de aviso de parada, sin embargo, para su total desubicación, el trono de sus batallas diarias, la butaca de sus paseos matutinos, la mecedora que lo acunaba ligeramente relajándolo antes de la tediosa labor de cada día, estaba ocupada.

Miró con cierta tristeza hacia su usurpado espacio vital, sin embargo no dijo nada, todo estaba resultando extraño aquella mañana, así que se encogió de hombros como quien se pregunta a sí mismo qué más puede pasar, justo antes de que algo peor suceda.

Se sentó justo enfrente de su ritual matutino, si todo se había torcido aquella mañana no importaba el que le diese la espalda al mundo, y así, como en una ejecución rastrera, puso su nuca despejada para que el destino dictase su sentencia.

Entonces, cuando un repentino frenazo del vehículo lo abstrajo de sus pensamientos y lo devolvió a la realidad, pudo observar la vida desde otra perspectiva. La ciudad ya no era engullida por sus ojos de camino al trabajo, ahora sentía que se creaba en sus pupilas y que se deslizaba con suavidad como la tela de una araña que va siendo tejida poco a poco, cargando de matices antes indescifrables y de una paleta de ilusiones coloridas que días atrás parecían más bien diluirse, desdibujarse en una maraña de angustiosas bocanadas de humo gris. Casi se sentía con el poder de los dioses, capaz de crear a su antojo un mundo distinto, ni mejor ni peor, pero sí hecho completamente a su medida, a su imagen y semejanza, en fin, sabía que aquello no era posible, que era un sueño infantil, pero le hizo feliz la sola idea de aquella posibilidad, y sonrió, por primera vez en mucho tiempo.

La calle, renaciendo como cada mañana, parecía emerger de la oscuridad cubierta de una blanquecina humedad, como si al atravesar el cristalino de sus ojos se llevase poco a poco, a cada paso, un trocito de su alma, empapada de la gracia que viste de ternura a cualquier recién nacido, impregnada de la ilusión que se intenta retener en la mirada que atiende los primeros pasos de un bebé, bañada de un caldo de amor y de nostalgia.

El acompasado movimiento del autobús prosiguió y, con él, la soberbia imaginación continuó desarrollando el parto indoloro de unas calles y unos edificios que nunca antes habían estado allí, o no al menos como iban surgiendo tras sus pupilas.

Idealizados torreones, caminos azabachados jalonados de jardines y bosques y praderas sin final, ríos, lagos, mares y océanos surcaban su mente y, al instante, brotaban como cascadas y saltos de agua de sus abiertos párpados, así lo recreaba y su imaginación desbordada no parecía querer detenerse.

Entonces, cuando su ilusión había tomado el camino de la inconsciencia onírica, despojado de toda la razón que ata a los cuerdos a la insatisfactoriamente mundana realidad, su creación se cruzó de pleno con un muro insondable, un rostro completamente apagado, sin color,  imperturbable, con la vista clavada en un horizonte infinito que parecía haberlo embelesado.

La mirada inexpresiva de aquella fantasmal figura que se había atrevido a ocupar su lugar en la vida le recordaba algo, algo que aquella mañana había dejado lejos, a tal distancia que ni recordaba apenas lo que era, casi le parecía un retazo de su infancia por lo difícil que resultaba rememorar aquella época en que era un ser más de la polis, sin vida, sin ganas, sin deseos ni ilusión, sólo con un trabajo que vaciaba los relojes a tiempo de volver a casa a la hora de cenar.

Miró a los ojos opuestos, frente a frente y sin reparos, saltando por encima de todos los modales, aparcando su vergüenza a un lado del camino que los separaba y, en ese instante, toda su felicidad se derrumbó por los suelos y comenzó a comprender qué era lo que había sucedido.

Aquella mañana su cuerpo sin sentido se incorporó a la hora pero dejó atrás su alma, la razón de su vida escuchó el despertador pero quiso seguir durmiendo y así lo hizo, retrasándose el tiempo justo para llegar a la parada del bus unos minutos detrás de su organismo, entrando en el autobús y pagando entre su identidad y una mujer joven y hermosa, de rizos castaños, que hizo sonreir al adormecido conductor, y permitió que su desalmada corporeidad tomase posesión de su habitual asiento, relegando al alma a sentir la vida por primera vez, pero sin tiempo para que su receptáculo pudiese llegar a disfrutarlo.
Al llegar a su destino, el alma viajera se despidió en silencio y bajó, dejando un cuerpo sin vida sentado en su lugar de siempre, mirando hacia un horizonte al que ya nunca llegaría.

Por caridad

Dime
que he de volver
a la silenciosa vereda
verde, frondosa y austera
que hace mucho ya me espera
y nunca ha puesto condiciones.

Dime
que quieres que parta pronto,
que recoja mis enseres 
y embarque en nueva aventura
en solitaria realidad.

Dime
que el desierto te ha llevado
a la profunda calma
de la certeza sostenida en la punta
de un grano de sol
o que la gélida nocturnidad
se apoderó de tu pasión
y no vas a llorarme.

Dime
que el tiempo se ha quedado a tu lado
y no te va a dejar marchar,
que lo encerraste entre tus manos
y no quieres verlo volar.

Dime
que no me añoras,
ni me amas,
ni me quieres abrazar,
que yo sabré que me mientes
por no lastimarme más.

jueves, 10 de julio de 2014

Allende los pesares

De la distancia tormentosa que nos separa sólo un puñado de días nos faltan, apenas poco tiempo más, aunque parezca horizonte intocable, para volvernos a encontrar.

Más allá de las montañas, de los mares, de los bosques y las murallas de espuma, mucho más allá, donde los sueños se tornan de ocres y nacen las arenas de las playas, allí has encontrado un hueco donde sentirme a tu lado, transportando en tu memoria todos los trocitos de mi ser para recomponerlos como un puzzle en tu regazo.
Mucho más allá incluso de las promesas que se han perdido en los tiempos, de las espadas y las flechas, de los poemas de romances austeros y de las abruptas mentiras que desgajaron distancias prohibidas, allí han llegado tus piecitos, para dar pequeños grandes pasos que conviertan sendas en caminos abiertos a la razón y a la justicia.
Aun mucho más allá, incluso, de las miradas perdidas al horizonte y de las ideas de libertad que surgen de la retina y sugieren lejanas posibilidades que se sumergen en un mar de contemplaciones, más lejos que los deseos de acallar la soledad que se incrusta en las paredes del hogar y que tiñe de silencios dolidos el lecho que ya no me quiere cobijar, allí he de encontrarte despierta soñando conmigo, buscando en las estrellas un rincón donde encontrarme y contarme lo que has hecho y que te cuente lo que hice yo, un espacio a la luz de la luna donde poder tumbarnos abrazados y darnos las buenas noches.

La despedida

La distancia es el tiempo que se debe afrontar para volver a estar juntos.

Tanto llanto se agolpa contra el borde mismo de un abismo de distancias que se antojan insalvables y destinos detenidos en un tiempo que apenas quiere empezar a caminar su incesante y desesperante compás acompasado y sosegado, tanto dolor y tanta angustia, tanto ahogo en las pupilas y tanto por decir, que apenas se contiene el silencio en la punta de un instante y brotan los sentidos en cadencia desordenada, con el ritmo discontinuo de una cascada en primavera que rompe su cauce y se desborda y se lamenta, y su plañido huidizo se deshace en un sinfín de lágrimas que se adentran en la carne y duelen desde dentro y vuelven a la piel y se sumergen de nuevo en un laberinto de sentimientos atropellados que buscan una salida y, en su arrollador empuje, sacuden los cimientos de la calma y someten al alma desconsolada y, sin otra vía de escape, retornan a la miríada de emociones, asomándose desde todos los rincones al océano desconsolado de su mirada y vuelven a escapar.

Nodiciendo, evocádamente

Desde el otro lado del mundo, apartada de la orilla de la razón, se asomaba al balcón de una mirada perdida, oteando el devenir de la historia y el ir y venir de la realidad que les había apartado. Sopesado y sin pasar, el tiempo detenido en la palma de sus manos se tornaba frágil y certero, distante y sin distorsión, retorciendo sus latidos y apretando con piedad sus pulmones encharcados de tanto aguantar.
Poco a poco, la intención intensa se manifestaba descargando la tensión de la ira contenida en bocanadas de resplandores que resonaban, como cuerdas punteadas de una guitarra tristemente inmensa, con pasión, con dulzura y con dolor.
Luces de ideas y temores resoplaban cercando la noche y alejando el día, acercándose a la esperanza y arrojando sus destructivos apuntes sobre la capa celestiada de reflejos indecibles que asomaban desde la carpa azabachada.
La durmiente soledad del silencio lleno de estruendosos griteríos de la infancia, chocar de orgullos elefantiásicos, desmembrándose y reagrupados en batiente despertar, trabucados estallidos que rompen la calma inexistente recobrando la titularidad del poder, se apoderan, sin demora y con toda la pereza de sus ancestrales movimientos, de la inflexible seguridad de un abrazo hogareño, descolgándose sigilosamente y arribando a la costera expectación.
Alcanzado su éxito, se desploma sobre su objetivo y descarga sin florituras el cúmulo y los cirros, los mimos y la sal, el llanto y la piedad, deshaciéndose en molinos de rayos que atacan a su creador, tentando y atentando y tendiéndole una mano enemiga cargada de energías alternativas y de inquietantes resultados.
Lo que a lo lejos parecía ser una visión del infierno se derrumbaba sobre las cabezas de los dos amantes que huían a ponerse bajo techo, sin dar tregua a su amor, la tormenta se desprendía de toda su presión arroyando a unos jóvenes que deseaban estar en paz.

Nana de espuma y arena

Desde el profundo azul
de tu mirada noche,
sangre a granos
que de acogerme en su sentido
buscara la vida
de otra forma,
hermosa luna,
que me amparase de miradas,
verdeciendo en pos de una futura
cercana donde nacimiento fuese
causa del presente,
muerte llanto del pasado.
Aflorar de dunas omniscientes
que parecen servirte de corales,
noche silenciosa y raptora,
llevas robando mis sueños
y no me has devuelto la vida,
noche del desierto serena,
ya vas llorando mis penas
y no me has devuelto el alma.
Mar de arena
conquistadora
llena de calma y angustia,
sol que ceñir de tu carne y
luna que besar de tus heridas,
libre mi paz en tu aliento
surca de espuma y marea,
llama desierto y quema,
sangra mi sal y corrompe,
daña mi cuerpo de heridas
y deja que mi niña vuelva.

Alma terminal

Nada hay como la soledad para recordar que la compañía es una dulce y acogedora sensación que apenas entendemos cuando está.

Un nuevo día se desprende de su manto mortecino, reservando, a pocos pasos, su luto ceremonial, para cuando vuelva a ser preciso.
Abierta la ventana, dejando que la luz sinuosa de un amanecer encapotado trate de recuperar el aliento tras una cortina roída en la oscuridad violenta de una desesperante soledad, se asoma a la ciudad una lacrimosa tez de porcelana, envejecida por la edad y la violencia, contemplando el tiempo que ha venir para llevarse sus penas y viendo que no hay nada en el horizonte y que nunca lo habrá.
Las farolas se apagan poco a poco y con ellas, sin sentido y sin permiso, sus esperanzas viajan hacia el rincón donde anida la oscuridad cuando la negra noche escapa de la ciudad.
Unos pasos pasados, una palabras huidas, un portazo en la pared, retumbando como un eco imborrable en su memoria, eso es todo lo que queda en su habitación, eso y las señales en su cara y en sus manos, y acaso en su mirada de ayer, porque hoy ya no sabe qué ser o qué no ser.
Nada tiene solución, ahora ya es tarde, la vida gris comienza a despertar entre bostezos y nadie se ha detenido por su presencia o por su ausencia, porque a nadie le interesó nunca preocuparse por aquella triste alma nómada que vagabundeaba por los resquicios de los portales, escondiéndose de las miradas ajenas, evitando a toda costa nacer en la retina de quién la podría matar.
La muerte no la asustaba, soñaba cada noche con ella, transportada a un mundo donde la angustia desaparecía y la ilusión volvía, correteando como un perrillo, a su regazo, recuperando lo bueno que un día existió en su corazón, descubriendo al fin la ingenuidad de la infancia y despertando los sentimientos que nunca la dejaron aceptar. No le asustaba, lo único que le impedía morir era su miedo a vivir sabiendo que nada había hecho en su vida, nada excepto sentir sin ser sentida.
Por eso aquella noche quiso gritarle al mundo, contarle de su existencia, hacer partícipe al viento de sus tormentos y lo hizo, con tanta rabia, con tanto rencor, con la frustración de todos aquellos años encerrada en un llanto que clamaba atención, que llamaba a las puertas de sus vecinos con colérica enajenación y cruzaba de patio en patio, recorriendo las nucas durmientes como un escalofrío de razón desrazonada, como el trotar desbocado de un de un espoleado caballo fantasmal.
Y así, aquella noche de lamentos sin disculpas, quiso que llegase el horizonte acogedor, quiso que las nubes la acogiesen en sus senos de espuma y algodón, quiso dormir y soñar, y vivir que estaba muerta y sonreír, quiso ser sin ser vista, y quiso ver sin haber muerto.
Quiso saltar y saltó.

Agitada de palabras

De las caóticas y convulsionadas entrañas, resoplan ballenas de inspiración infructuosa que ceden a cualquier explicación y plasman en un estallido de incomprensivas relaciones, componiendo una breve y, ante todo, limitada descripción de sentimientos.

Una por cada noche, porque no contar estrellas y soñar con ovejas diluye las angustiosas horas en llantos oceánicos de dimensiones frías y espesas, porque deshacer las nubes a suspiros en busca de la resignación de la distancia, confunde la razón en un mar de dudas de proporciones dantescas y delicadas; por eso y por lo que está, del paso en la esquina, por llegar y aun queda por contar, una por noche y por cantar.
Una por cada eco del silencio que navega en cada amanecer a lomos de un corcel que apenas quiere trotar, separado de la realidad de un camino que se tiende a sus pies, postrando las horas al devenir eterno de una mirada que dejaste atrás a modo de recuerdo, soplada sobre los trapos que te arrastraron lejos de mi, en busca de una felicidad robada, regresando granos de arena que mueven dunas y montañas, creando castillos de hormigón que encierran tu destino; por ello y por lo que será, escondido al sol del mediodía, de presentes que debas entregar reservándome un futuro, una por eco y por soñar.
Una por cada eco de noche, contada de estrellas que navegan a lomos de un mar de sueños, resonada de silencios y recuerdos, dejando posarse las horas a reposar sobre un océano de arena donde se dibuja la razón en una mirada que vuela hacia la espera de tu destino; por esto y por aquello y por todo lo que fue, es y será, sin ataduras y sin distancias, porque poco a poco logramos destruir las barreras sensoriales y hacemos, del sueño, la realidad.

Tiempo de tiempo

De inciertas constancias se construyen los sueños, de pasiones y temor, de comienzos y final, de mentiras y verdad, de razones y dolor, de esperanzas y …tinta de mar.

Nada había en su mirada excepto edad, tiempo añejo convertido en dejado a la deriva, ases descoloridos de vida desarmada, sin ganas de seguir mirando tras las cortinas de la razón, pero en sus ojos grises se reflejaba un mundo, una ignorante realidad que se superponía al estremecimiento de la mortal sed de muerte y desolación, un espejismo insano que partía con cada pestaña hacia un sentido distinto, con finales de tonos pastel, y con distancias desordenadas que nunca se repetían, cruzando soles, estrellas y galaxias, cabalgando a lomos de un corcel de tinta negra, sobre blancas praderas de sal secando y listones sencillos de libreta de lengua retorcidos en muecas desorbitadas, en grave escorzo de ingravidez, tocando con la punta de los dedos el aroma de una paz sonrosada, con mofletes de angelote juguetón y siluetas de ninfas picaronas, donde las musas han de tomarle de la mano para entender su sabiduría y los más delicados hados, conjuntando sus esfuerzos, tratan de alcanzar su fluido lenguaje de expresión descuidada, pero de momentos intocables y sonidos inalcanzables.
Nada había en su mirada y, sin embargo, un universo brotaba de cada parpadeo, iluminando mil noches y dando aliento a los que supieron escuchar su silencio, dando todo sin dar nada y llevándose consigo la fórmula de la creación.

Dulces sueños

De donde vengo no hay tiempo, de donde sueño no hay distancia, de donde estoy no te tengo y a donde voy podré esperar.

Donde se esconden las miradas que nunca te llegan porque no te puedo dar, donde se acechan las pasiones que envuelvo cada noche a tu ausencia, donde se ocultan las caricias de cada amanecer, evocador de grandes esperanzas y tiempo aun sin perder, donde se escuchan las lágrimas y los ríos claman su silencio a los cuatro vientos, allí esta mi alma, deslizada entre las dunas, portadora de noticias, de deseos, de quebrantos y emociones, acortando la distancia, trasportando mil fragancias que te regresan a mi lado, contemplando acariciar de manillas al espacio que nos queda para que el mañana llegue ya.

Luces y anónimos

Tomar en una mano un tosco madero y darle forma no es formar, es crear algo que nadie sabe qué será.

Una luz cabalgando desde las nubes, arrollando cada gota de sed que se escapa del paraíso, mieles de sangre y malqueriendos, llantos en flor y ruiseñores de alientos indecibles.
Sombras de lo que han de ser a mediodía fluyen, lívidas y mortecinas, al amanecer de cada idea, tratando de saber a quién servir y qué hacer con sus destinos, o si perderlos de la memoria y apartar cada asomo de inspiración de sus cabezas, coronadas, cual Medusa, de sibilantes cascabeles que resuenan hasta agotar al silencio.
Una y otra gota más, nada en la ignorancia, plasmando los detalles de cada color y transformando el vidrio inerte en son de mar, apurando los rincones de la razón hasta el límite y no llegar nunca hasta tal fin.
Si decir es no pensar y reflejarse en los espejos de la obediencia a unas normas que nadie ha querido entender, tal vez plasmar los sentimientos sobre borrón y cuenta nueva logre desentrañar los mecanismos de las mentiras y arranque brotes de sol a la verdad.
Mas la nube destapada vuelve a vestir de luto al día, cerrando la ventana a la ilusión, dejando a cada paso un nuevo intento, marcado a rojo fuego sobre la piel, y poblando de vacío un muerto inmaculado.
Otra vez, otro maldito intento, otra vez y vuelve la oscuridad.

miércoles, 9 de julio de 2014

La nana del baúl

De mayores queremos no haber crecido tanto ni tan rápido como quisimos siendo niños.

De entre las viejas historias de un anciano baúl, de bisagras oxidadas y olor a alcanfor, un coro de niños surge entonando melodías olvidadas tiempo atrás, con sabor a ternura e ingenuidad, con el sonido de lo que queda por venir, atrapado en la angustia de saber que todo aquello llegó hace años, tantos que ni se recuerdan, y el tiempo parece detenerse, mientras el eco de un silbido le hace tararear y unirse a la nostalgia.
Allí, detenido en medio del desván, un mar de dudas se desborda por la comisura de unos marchitos ojos que tratan de detener el inminente avance de una horda de poderosas fieras que pretenden destruir el delicado velo tras el que se esconden todos los sentimientos, hasta que, al final, sin poder hacer frente a la tormenta, se desahoga en silencio, a oscuras, apartado de las insufribles miradas de falsa piedad, convirtiendo cada sensación en algo incierto y haciendo que tiemble hasta el corazón, agazapado en un rincón de su miseria, encogiéndose con cada escalofrío que se arroja por sus mejillas.
No es dolor, pero duele, no es tristeza, pero no sonríe, no logra entender lo que sucede, pero tampoco quiere; toma aliento y se zambulle entre sábanas roídas, memorias y demás, y mientras se sumerge en ese océano de inocencia perdida, acepta que no quiere volver a esa vida que le ahoga y, simplemente, se deja atrapar por el abrazo del tiempo y no vuelve a respirar.

Sístole y diástole

Todo tiende a la perfección dual,
a la primaria oposición
entre lo bueno y lo malo,
al desesperante e incierto compás
entre vivir y morir.

Sí,
una vez creé un mundo,
no jugando a ser un Dios y conjugando,
detenido en un latido
el detonar siempre constante de un tiempo
no finito
en la punta de mis dedos inmortales
ese instante
y, a la vez, tan convencidos
de la vejez de su destino.
Sí,
una vez fui un Dios y hoy ya no existo.

No,
nunca pude ser algo más
que la presencia borrosa
de un cantar hecho conciencia
y una conciencia hecha prisión,
con la pólvora incandescente y la bombilla
a medio gas,
con la calma exasperante de una certeza mortal
que se introduce en la memoria
y no permite aflorar
el recuerdo inexistente.
No,
nunca pude más que soñar y hoy ya ni duermo.

Sí,
una vez tomé una vida,
indagando en la materia y no formando,
contenido en la ventana
el vendaval siempre inquietante de un pulso
no sentido
en la esencia de mi boca atemporal
ese momento
y, a la vez, tan consecuente
con el final de todo sino.
Sí,
una vez fui un Dios y hoy no respiro.

No,
jamás siendo otra cosa
quise ser más que la verdad
que nunca he dicho
o el reflejo de una mirada,
con la palabra certera acertando
en su destino
y caminando entre gigantes
poder hallar tu rumbo.
No,
nunca pude dormir y hoy ya ni escribo.

Noche partida a la mitad

Noche partida a la mitad
y sin decirnos nada, la tarde vencida
trabada de llantos y penas se pierde
entre calles y avenidas y senderos de un qué mas da;
y si en ese no te importa
asoma el hocico juguetón
una paloma que huele a sardina
y un tiburón que canta al alborear,
que de rimas inventadas llena de sal está el mar,
y pelando el intelecto,
esencia de sarro y cientos de otros
pigmentos que deban sobresalir,
en homenaje a un silbo
pestañeado, por miedo a ser repetido
vomitaré la nostalgia en forma de tormento
atormentado y lleno de remordimiento.
Pues después de nacer nada se escoge
y sin necesidad damos rienda suelta al libre albedrío
y sin preguntar,
y en ese instante
atrapados por la desilusión
del delicado aroma de un borrego
bebemos hasta saciar las heridas del caos
para respondernos a ninguna duda
porque nada se ha de preguntar.
Mas nada sino,
extraviado destino,
alumbrando noches en multicolor
me deja soñar
y volviendo a buscarte poder enloquecer
sabiendo que sabes lo que se.

Buenas noches, mi amor

Dulces sueños, estás tan lejos como te sientas.

Atrapado entre el miedo y el dolor, entre la tristeza y la pasión, angustiadamente enamorado y solo, sólo con tu ausencia, con la esencia perdida de tu respiración junto a mi almohada, con la noche en vela cómplice de mi desvelo, con el ruido ausente de tus caricias, con la flor marchita de mi mirada ahogándose en un mar de cristalinas miradas que hoy no están, porque hoy no estás, porque allá donde te encuentras apenas te acierto a adivinar y, sin embargo, atrapado entre la miseria y la ilusión, esbozo un escorzo con el rostro atormentado y le sonrío al sofá, justo al rincón aun cálido de tu partida, y te deseo buenas noches.
A ti, que de sonrojos atardeceres me has colmado y has bordado de plata y miel mis buenos días, que de colores vivos tintas mi felicidad y desprendes a cada paso gotas de fantasía que recojo con devoción, a ti, porque todo y más mereces de todos y más, te deseo buenas noches mi amor, descansa tranquila, que estés donde estés, mi alma a tu lado está.

Noche de voz

Sonando con los sueños de una voz que dulce mece sus cuerdas entonando una palabra que lo dice todo, y despertando con un reguero de espantos que nada saben contar.

Dentro de las palabras busqué la razón y, del movimiento infinito de un mundo sin corazón, arrancando sus latidos a los silencios rotos por noches sin estrellas, poblando sus rincones con miradas inmensas, cruzadas de sonrisas muertas y abiertos brazos en cruz, por donde los abrazados amantes se quedan solos y se sienten jamás, encontré la nostalgia ansiada, el dolor conquistado entre bromas y sollozos, entre las renombradas sombras y los miedos, entre los milagros y las sorpresas, entre la consciencia y la ilusión, a tu lado, contigo y sin piedad.
Dejar que la mansedad apague por ende la furia ciega aciaga que, sembrando girasoles como puños, arroja su iracunda monserga destronada sobre los súbditos ojos que se hubieron de posar, con tiempo limitado para huir y sin remedio, apoderados de la locura teatral de un ermitaño caracol que ha de acoger en su regazo al cangrejo que vio pasar sobre un cometa, gritando por demostrar su cobardía, y llegando a serse, porque del error no apeo sino un ensimismamiento colectivo redundante en el reflexivo, transportados, tomando de la mano a su mentor de fresa y a su eucalíptico fluorescente que, derrocante de nocturnidades alevósicas, se asoma a la penumbrosa pared de un pozo desorbitado y allá, dejando su vómito pestilente, recuerda que las llaves de su virginidad no descansan en el fondo del mar sino flotan sobre un mar de dudas en la alcantarilla de aquel bar de medianoche que cerró de madrugada una pareja de próstidos agentes de la paz, del tolete y del “con Dios”, porque yo lo valgo.
Dentro de la razón busqué el movimiento de una estrella, pero el latido cruzado por la muerte de un silencio, me ha devuelto sano y cuerdo junto a ti.

Poco a poco

Nunca se perderá la esperanza mientras exista tiempo para volver a recuperarla.

Aunque las horas cesaron tiempo atrás, parece que la esperanza ha recuperado su momento y el infinito ha vuelto a conquistar su ilusión. Nunca cesando en su constancia, la pluma detenida a la sombra de un quinqué ciego desde un ayer que no recuerda ya su calor, tal vez con la noche y sus tinturas, con el apagado espíritu de aquellas farolas que refulgieron con tenebrosas caricias sobre la gris lápida, antojada suelo intangible de una inalcanzable ciudad que creía dormir, pudo descansar de haber soñado y recobra en este hoy el latido creativo, el sensible encanto de un renacer dulce y pensado, acoplando las sensaciones a las palabras, reteniendo en la punta del pensamiento la sencillez abrupta que tanto he rebuscado, recogiendo en la palma de mis bolsillos todas las deliciosas voluntades sugeridas en los besos y en los ojos, cuando miran con el abierto silencio que todo lo dice, y arrancando un estallido de texturas sobre la blanca inmaculada eternidad que ya se vuelve pequeña, a fuego lento, y se llena de los colores y los sabores que vuelvo a intentar expresar.

martes, 8 de julio de 2014

Aire, fuego, agua y ...

Nada en esta vida prepara para la llegada de la próxima y, sin embargo, todos debemos prepararnos; aunque la locura nos guía por mal camino puede ser de gran ayuda.

Cuando todo estaba tan oscuro que apenas un hilo de luz podía cruzar la estancia vacía en la que antes hubiese jurado existía un mundo, los temores asaltaron a traición, como un huracán violento, sin pedir permiso ocuparon y poblaron todos los huecos de aquel silencio, creando un universo de torbellinos de caos y cubriendo con gritos y tempestades cada milímetro de las cuatro cementeras paredes.

La prisión de cuerpo y mente lleva consigo una sinrazón propia de internos psiquiátricos y remueve alma y seso y desemboca el galopar de ideas incendiarias que se atropellan unas a otras, mezclando risas y llantos en una pira infernal, hasta que, al final, no queda más que la cicatriz de una quemadura que escuece mientras se cura a través de la comprensión, la aceptación, el reconocimiento de las circunstancias que te rodean, y la locura deja de ser tal y surge el genio del cráter de un volcán, destructivo y constructivo a la vez, todo en uno, como si de pronto, el genérico humanoide encerrado pasase a otro plano de la realidad, obviando el plano físico y superando además el intelectual, y se convirtiera por obra de su propia sencillez y complicación, en un ser divino, en un eterno ser con poder pleno y sed de venganza.

Sin embargo, un jarro de agua sucia y fría le devuelve a su estado racional, sumiendo sus esperanzas en un océano de amargura salina, y entonces regresa el miedo y embate con fuerza de olas sus paredes, tratando desesperado de salir, y grita hasta deshacer sus cuerdas como lo haría un faro en medio de la niebla, sin embargo, cuando la afonía da de nuevo paso al silencio, y en medio del mismo puede volver a pensar y encauzar sus pensamientos, reconoce hundido su impotencia y se deja arrastrar por la marea de su desesperación.

No hay salida, no queda solución, siente poco a poco que el aire desaparece, que sus pulmones comienzan a quemarle por el esfuerzo que supone respirar, nota cómo las paredes que tanto le atormentan no son fruto de una imaginación descontrolada y rompe a llorar, desbordando la presa de sus sentimientos que afloran en el silencio inmenso, y en la eternidad de su sufrimiento no puede más que volverse loco otra vez más en un vano intento de evasión, pretendiendo que el estado irracional le permita llegar sin sufrimiento a la muerte para la que aguarda ya tumbado, enterrado vivo a tres metros bajo tierra.

Un lugar seguro

Un lugar con suelo de arena para poder dibujar un corazón.
Un lugar con suelo de flores para poder hacer una cama.

Un lugar seguro, sólo busco un lugar seguro, donde la distancia se haga olvido y el tiempo perdido vuelva a nosotros, donde el silencio deje de ser la respuesta y la nostalgia no sea más que un suspiro posado sobre una hoja que navega hacia el horizonte empujada por la brisa de un parpadeo.
Un lugar en que las caricias resuenen con el clamor de una orquesta de angelotes que revoloteen a nuestro alrededor, con sus plumitas ligeras y sus miradas sinceras, dando sombra y cobijo a nuestro amor desenfadado y sin censura.
Un lugar secreto, alejado de las mentiras de la realidad, donde la noche por venir sea eterna y el color carmesí triunfe sobre las reminiscencias de un cielo azul que se empeñe en no desaparecer, donde las primeras estrellas sean las únicas y la luna bese para siempre al sol, en esa cercana línea que nunca ha de llegar.
Un lugar donde nunca deba despedirme, donde el adiós no exista, donde las lágrimas sólo existan como perlitas decorando el atardecer, derramadas por la alegría de un amor terrenal elevado a su máximo exponente.
Un lugar con suelo de arena para poder dibujar un corazón.
Un lugar con suelo de flores para poder hacer una cama.
Un lugar seguro, sólo busco un lugar seguro, y al mirarte a los ojos se que ya lo hemos encontrado.

¿Vuelvo o acaso no me he ido?

Tal vez nadie me recuerde, pero soy el que un día se empeñó en soñar y por la noche ya no pudo dormir.
Siento la ausencia,pero también siento las caricias, así que si los sentidos no me fallan, aun estoy vivo y por tanto, aun me quedan cosas por decir.

Tanto llevas ya sin mí
que apenas se si quieres algo,
si yo sabré qué hay que sentir,
si tú querrás contar mi canto.

Vanos cerrados al sol
vientres esparcidos por la arena
lluvia de miel y sal
voces de la primavera
noches de multicolor
se han quedado en las aceras
que un verde Caronte esperan
las lleve a través de una escena
tornada de sangría fresca
teñida de falsas ideas.

Tanto llevas ya sin mí
que apenas se si quieres algo,
si yo sabré qué hay que sentir,
si tú querrás contar mi canto.

Suave y serena mañana
que has llegado de la nada
esponjosa y nacarada,
dulce tibia y atontada,
donas sed y das palabras
que resecan la memoria
y arrebatan sentimientos
a las sábanas pegadas
y los pájaros envueltos
en sus cantos cieloazules
vienen a mi gloria en vano
a cerrar a cal y canto
lo que un día libre cauce
y hoy espera embalsamado.

Razonada sinrazón

Enlazar de cadenas que se devoran unas a otras, con ideas que se entremezclan y se desatan y vuelven a su punto de partida, donde nada de lo real puede ser sino tan entrelazado como la propia fantasía que se muerde en silencio y no grita si nadie la puede escuchar en un intrincado escalofrío que se pierde en la distancia.

Como dormirse poco a poco, sin sentir apenas el aliento escapando por la comisura de unos labios entrecerrados que sueñan ya antes de bostezar sus miedos, como respirar sin promesas de nuevas mentiras y sin apenas nada que decir y, poco a poco, todo elevado al espacio incomprensible de la inconsciencia donde carámbanos de mugre y despedidas relucen en la oscura habitación que antes no fue sino una oquedad disfrazada de futuro.
Pedir perdón ya no es sino un vano intento de incidir en el error de haber sucumbido a la desidia en que ha logrado vaciar su alma, arrastrando con sutil indiferencia todo a su paso, todo y a todos o, para ser sincero, y a ella.
Como beber poco a poco, entre desahogos de rabia y frustración, un caldo preparado a fuego lento en el que, precipitados en el fondo, se arremolinan en tormentas de tormentos, rayos, truenos y centellas las desdichas fritas y los picatostes empapados en el sudor y la sangre dedicados a un imposible, y todo ello ante la atenta mirada de quien ha respirado por no huir, por afrontar la tempestad en busca de la ansiada calma a la que un día se fue prometida de verdades a medias y sin contar.
Y si pedir perdón no da la clave de la cuestión habrá de luchar poco a poco contra las aguas, aguaceros, y a contracorriente celebrar el júbilo de su flaqueza franqueando en su destino la franca mirada que hoy ya no flanquea el alma sino escudriña y ataca de frente el problema que lo ha relegado a no más que un ayer en busca de un futuro, pero, al menos, concienciado de que el hoy que vive es el cimiento que soportará su pisada penetrante y su mirada de plomo recaerá sobre la almohada y suplicará volver a soñar despierto, poco a poco, acompañado del aroma de una reconquista.
Como perderse poco a poco y, al final, y casi sin quererlo, hallarse al otro lado de la vista descubriendo el universo en el dominio de la razón acompañada de esos raros momentos especulantes y espeluznantes en los que como casi siempre, la rebeldía de una sorpresa no deja espacio infinito sin solución, adoptando la postura de la inspiración como recurso suficiente para detener en un suspiro toda la carga emocional de un beso.
Con pedir perdón no puedo sentir sino el silencio de tu voz que se reprime por no desencadenar la lluvia de reproches que merezco y que camuflas entre sollozos con sonrisas forzadas y lamentos que han de ser desencadenados antes mejor que después, y sin más, me quedo enterrado bajo tus pies de plomo y pierdo la noción de tu nostalgia que ahora hago mía y me encierro en tu regazo como un persa enamorado, y vuelvo a pedirte perdón y otra vez y otra más.
Como morir poco a poco otra vida más y no haber logrado darte lo que tengo por no haber sabido dar un paso al frente y enfrentar el futuro afrontando todo lo retable con la pasión incontenible de un maestro de retablos coloristas que reconoce en el amanecer el devenir de un sol abrumado por la belleza de un mar de perfección, pero que en el anochecer no ve la desilusión de un dolor encarnado sino la certeza de un renacimiento de ninfas, musas y estrellas que harán de sus sueños el placer de descifrar en tu hermosura cada trazo en su pincel, cada gota de color, cada beso, cada…pasión.

El precio de la amistad

Cuando las horas bajas de la noche atormentan unos dedos empeñados en teclear, nada bueno puede suceder.

Todo tiene un precio y el de la amistad resulta incalculable, sin embargo, perder el tiempo en conquistar un corazón, una mente, un recuerdo, una mirada, una sonrisa, una ilusión, un desencanto,… ¿qué valor ha de tener si a la menor distracción, al menor error, a la menor incuria, buscamos la flaqueza del contrario, a quién quisimos entre algodones, y le damos como respuesta el dolor de un silencio a quien nadie quiere acompañar con frases de esperanza?
¿De qué ha servido entonces el placer del conocimiento, la estimada carga de humanidad desbocada, surgida impetuosa desde el letargo de un desaparecido sentido de camaradería y lanzada al abismo con los ojos abiertos, llamando a la esperanza a gritos?
Si tal vez de todo no ha de quedar sino el simple suspiro del viento entre ambos seres, y nada como un irreconciliable destino separado por la falta de interés que les empuje a caminar hacia polos opuestos, si nada de lo que se pudiera decir fuera suficiente y tanto dolería reconocerlo que la mejor salida no es sino silenciar los ojos para no llorar y por ello nadie dice nada y todo sigue su rumbo hacia lo desconocido y a nadie le quiere importar, entonces, todo valor que se le hubiese puesto, cualquier precio, por inverosímil que resultara, no habría servido de nada, y nada sería el resultado de la transacción.
Tal vez aquí radique la respuesta a la ignorancia más ancestral: la amistad no tiene precio, es tan inestable y tan sujeta a los hados que no merece la pena dar nada a cambio de ella.

Viaje de amor

Sin dudar un instante,
ya he tomado el camino hacia tu vida.

Corriendo hacia donde ames
de este a oeste siento en todas partes
que no logro alcanzarte
tanto amas, siento, vivo, bebo, llego, temo
y nada de huir
que de sábanas blancas nubes
como algodón de azúcar
llamo a tu cintura
y cumplo con tu sueño mi pasión
y mi mente se despierta y tu brisa
vuelve llanto antiguo en risa,
y mi aliento que se esfuma
sigue latiendo de la punta de mis dedos
y acaricia con palabras, presentes
de un antiguo rito humano
que de antes de encontrarte
se escondía entre temores,
blanca espuma
bravo mar que estampa
un rosario de conchas y coral
de perlas y de amores,
algas, sal, y verte,
y vierte peces de colores que regalen
besos cada instante
aunque lejos de ti te busque
y en mi horizonte llames
por guiarme,
como faro al fondo, escucharé
las historias de viejos marineros
y serviré de sus notas
y tus luces
y hablaré a las aves
de tu nombre, y pediré
a Neptuno tu mano y un rumbo,
para ascender al norte por el sur
y asomado a lo más alto
de tu plexo solar,
llamaré a la puerta del astro
con mano desnuda sin miedo
y poniéndola al fuego por ti
hallaré un susurro por respuesta
y descenderé en picado
hasta el cielo
desde donde tu figura emergerá
y llegaré a tu cuerpo cargado de nada,
tratando de darte todo
y desfalleciendo por hacerlo.

Anhelo de cama (Poco a poco)

Nada como un buen despertar, desayunando tostadas sobre un paisaje de alegría.

Demostrando un inmenso valor, un indescifrable cielo azul intentaba abrirse paso a través de las oscuras sombras de irrealidad que una alocada noche de pesadillas se empeñaba en mantener eternas. Poco a poco, las gotitas de cristal anaranjado, se fundían en el silencioso despertar de un bullicio que no tardaría en alcanzar el insoportable apogeo de su madurez mental, con gritos de coches y trompetear de peatones. El nuevo día, cargado de las fragancias de unas asilvestradas pero disciplinadas flores, manifestaba el inminente resurgir de un nuevo año estacional, con una primavera brotando de rama en rama y saltando de esquina en esquina, a la caza de algún hueco verde donde poner un graffiti, llenando el vacío colorista de multitud de pequeñas firmas de diversa intensidad olfativa y peligro de alergia. Una vez que el sol logró lanzar un par de rayos de esperanza, toda la ciudad despertó, ahora sólo quedaba contar las horas que faltaban para poder volver a fundirse en el encanto de unas sábanas cargadas de posibilidades ingentes, otro día por terminar y aun no había sino empezado.

El olor a café reciente penetraba, sin permiso, por la ventana abierta de su habitación, furtivo, introduciendo el sutil aroma del despertar por las rendijas de una persiana anclada en su posición de descanso mucho tiempo atrás, tanto que parecía un cadáver descomponiéndose al sol y a la luna. Aún era pronto, pero aquél día, al que le quedaba toda la vida, era especial y sabía que necesitaba hacer las cosas bien, con tiempo suficiente para repasar cada paso que diera, cada movimiento, y poder, en caso necesario, volver a superar lo que hubiese salido mal; esta vez no quería dejar las cosas al destino o a la improvisación, cualquiera de ambos fatales para su futuro.

Una vez se había decidido, tomó aliento y se puso en pié, como llamado por la voz de un dios al que tiempo atrás había dejado de aceptar, deslizó sus pies descalzos sobre una moqueta cuyo color no recordaba ni por asomo el crudo original que había sido: "tan poco importan los pequeños inmensos detalles en los que se fijan la mayoría"- se decía a menudo, tal vez como excusa con la que escudarse ante los ataques constantes a los que se enfrentaba a cada paso que daba.

Su camino directo al baño sólo se vio interrumpido por un arrebato de aproximarse a la cafetera, pero el caos en que se había convertido su cocina no permitía siquiera arrimarse al fregadero, en donde se ocultaba el filtro bajo toneladas de escombros y comida en avanzado estado de putrefacción: "tal vez luego tenga tiempo, ahora no puedo pararme".

Punto de lectura

Hasta las notas más hermosas de un piano, pueden surgir con la belleza de unas manos expertas que quieran perder su precioso tiempo en guiar su melodía.

Volar hacia la inmensidad, hacia el imperio de la ilusión en el que la realidad se circunda de halos de esperanza entremezclados con sueños, en los que las formas no tienen límite y las leyes se flanquean con la facilidad en que un cuchillo atraviesa, a la hora del desayuno, la untuosa mantequilla, justo en el momento siguiente a los sueños; a eso dedicaba su vida, a eso la había dedicado siempre, y ahora, con el horizonte de la muerte casi alcanzado, no era tiempo sino de permanecer constante en su particular inconsciencia.

Dieciocho días después de su cumpleaños abrió la puerta de su garganta y expulsó de su interior todos los males que pudo y, entonces, se tumbó a reír con la risa de un niño, y con su ingenuidad a salvo, quiso seguir muriendo, pero la mano firme de una anciana maestra se abalanzó sobre su pupitre y la devolvió a la vida.

Y así, poco a poco, reconstruía un puzzle de lo que nunca la había pertenecido y, sin embargo, aceptaba de buen grado como propio, quizás porque en su vaga experiencia no hallaba la suficiente razón que la empujara a sentirse humano, o tan sólo, porque una vez reconocida su locura dejaría de existir, ni siquiera ella podía responderse, y no quería.

Una vez tomado el rumbo de su perdición, la anciana guió sus pasos en la dirección del conocimiento, llevándola de la mano por los senderos de la nostalgia y de la felicidad, parando a beber de la sabia y el saber de los árboles y comiendo los trocitos de nube que las aves del paraíso alcanzaban por ellas.

Recordando todo lo que su corazón sentía y aun sin saber si la verdad dolía más que la propia mentira que su creación irracional se empeñaba en rescatar como producto de su experiencia, seguía con su particular lucha por descifrar el tono de su vivencia, pero el porqué de las cosas depende tanto de las propias circunstancias que las rodean como del punto de vista de quien las mira, y para ser sinceros, nunca supo observar con atención, tal vez por eso no reconocía sino que ya nada podría hacer por deshacer lo que hasta ahora había logrado, ni lo bueno, ni lo malo.

Pero como siempre existe un final, y nada ni nadie escapa a la finita temporalidad que el infinito destino se empeña en proponernos, la anciano soltó su mano y se acogió a la piadosa mirada de un dictador reloj que la llevó volando entre sus brazos hacia un sistema solar lejano, desde el que las cartas no llegaban, por mucho que la niña las esperase cada día con lágrimas en los ojos.

Tal vez un poco más de razón hubiese bastado para comprender que su interés en revivir cualquier detalle pasado, cierto o no, no era sino un mecanismo para escapar de la certeza de su propio final, que llamaba a su puerta desde hacía casi tres semanas, y por eso también hacía oídos sordos a su señal, por eso y porque nunca había escuchado nada interesante, o tal vez no sabía recordarlo.

Y tanto esperó y tanto lloró, que cuando quiso darse cuenta su cara había sido erosionada por el empuje marino de su alma, ya había dejado de ser niña, ahora era anciana esperando que el horizonte se le mostrase en su inmensidad con tiempo suficiente para mostrárselo a una niña que se reiría tumbada bajo la inmensa ingenuidad de un cielo plagado de dudas y nubes de algodón.

Sensible al cambio

Otra vez que vuelve la sombra de una pequeña victoria, corramos todos a evitar las fatigas de la inestabilidad y detengamos los cambios.

La levedad de aquella noche se elevaba sobre un mar de hielo y cristal, aliviando los calores inhumanos que surgían de las grietas de un cuerpo quebradizo que luchaba por conquistar un sueño olvidado.

Las horas muertas no querían silenciarse y, por ese motivo, un grupo de golondrinas  nocturnas se empeñaban en dar paso a los rumores de un goteo que no sabía arrojarse desde las distancias imposibles de un inhóspito deseo de libertad.

Sólo cuando, poco a poco, se acercaba la hora de los saludos, podía intuirse que nada había cambiado en aquel rincón, nada excepto un pequeño detalle, de talle sobrio a la par que elegante y distendido, con pedrería sencilla y natural, naturalmente enarbolada con hilos de seda y sales minerales.

Sólo en ese instante en que el despertar de la humanidad se convierte en devenir de miradas sin ojos y cafés en esquinas, se pudo ver el cambio sutil al que nadie ha de atender por no merecer la pena.

Y mientras tanto, la lucha a brazo partido de una pequeña historia que nadie ha sentido, ni cuando se ha podido observar bajo su misma sombra, siguió su curso, enfrentándose a los desafiantes pasos de la incondicional miseria de un nacimiento libre de polvo y paja, arrojando la primera piedra del pecado inconcebido.

Pronto llegaría su tiempo, cuando por fin ser una sóla con el astro rey, abrir sus brazos y alzarlos al cielo en un canto gospel, sin coro celestial, pero con su misma intensidad, blandiendo su hermosura desafiante ante las cascadas de despojos de una sociedad moderna empeñada en seguir deshaciendo lo que tantos años de tierra han desenterrado.

Sólo con la inclinación favorable de un padre naciente, reverenciando la sabia razón de la vida madre, aquél pequeño hueco del bosque de ladrillos y cemento se iluminó con la sencilla candidez de unos pétalos de león, brotando prácticamente de la nada y arrojando su grito de libertad a los cuatro vientos, sabiendo que su conquista no llegaría a oídos de nadie, a no ser que se detuviesen a mirar, y entonces, cuando todo su esfuerzo parecía abocado al fracaso, una mano anónima y enamorada la toma entre sus dedos y, sin un esfuerzo ni un perdón, corta el amarre umbilical que la une a la vida y la entierra entre el verdel desenmarañado de un recogido en trenza, y vuelve todo a su normalidad, porque así nada ha cambiado, y nada cambiará nunca.

El tronco

Aquel árbol se había muerto hacía mucho tiempo, pero aún conservaba una hoja colgando de una de sus ramas.
El tronco estaba torcido por el peso de la edad que llegó a tener, se había inclinado hasta casi rozar el suelo con sus viejas y nudosas ramas. La corteza áspera se había caído de parte de su costado, pero ya no sangraba aquella herida, ya nunca sangraría más.
Le faltaba parte de las ramas de la copa, un rayo fatal se las había arrancado en la violencia de una tempestad pasada, pero aún poseía aquella hoja marrón, muerta.
La tarde dejó su último aliento rojizo entre algunas nubes de algodón. Se fué pero dejó un suspiro, un último deseo, un soplo de aire que se posó sobre el tronco como un beso de buenas noches.
Aquella brisa pareció devolverle la vida porque se estremeció, como movido por un extraño placer; sin embargo, el aliento apenas sensible, desprendió la hoja, la arrancó de la rama muerta del muerto árbol.
Comenzó el descenso en un lento vals, bailando alrededor del inerte tronco, llamándole a la vida, pero el sordo árbol no respondió.
Aquella hoja muerta y marrón llegó al suelo, la música dejo de sonar, el beso se perdió en el olvido de la noche y el árbol quedó desnudo para el resto de la eternidad.

jueves, 3 de julio de 2014

Ventanas en mi azotea

El amor es la única enfermedad a la que no buscamos cura, tal vez porque su ausencia está llena de efectos secundarios.

"Las cosas siguen siendo igual que siempre, nada ha cambiado". Esta frase marco un momento importante de mi vida, a partir del cual pude volver a mirar los recuerdos de papel que flotaban en el espacio ausente de mi memoria. Unas fotos viejas, de algún color indescifrable, eran imanes que atraían, a mi actualidad, aquellos pedazos de tiempo dejados atrás.

Miro la misma imagen de ayer; la poso en la mesita, cerca del cenicero en el que sigue consumiéndose algo de mí, y me asomo a la ventana: aquella tarde, rojiza de otoño, ha vuelto.

Los polos y camisetas de manga corta han dado paso a los jerséis y a los abrigos, y las sandalias se han hecho botas; los helados ya no se venden, ahora hay un hombrecillo en una casta de aluminio con los dedos negros, desnudos, atendiendo a un puñado de castañas, para venderlas en humildes, pero admirados, cucuruchos de papel de anuncios y noticias. El olor a invierno me hace cerrar la ventana.

Vuelvo a mirar la fotografía y mi pregunta resbala, en un susurro cálido, hacia el frío de mi soledad, como un suspiro de vapor en el viento: ¿quién puso ahí esa pistola?

Beso con pasión el único placer que me queda para el resto de mi vida, o del día al menos, y aspiro, igual que un vampiro, la última gota de vida, el último latido, la última calada de un cigarrillo al que sólo le queda el filtro chamuscado; lo aplasto con lujuria en el cenicero, recuerdo un "Polvo eres..." que me empuja, entre escalofríos, a refugiarme junto al radiador.

Al atravesar el humo que había sobrado a mis pulmones, penetro en la fotografía con un tropiezo; estoy mareado y quiero perder el equilibrio; me siento.

Observo aquel bodegón de cuerpos sin vida ni alma; ellos me miran desde el otro lado de un recuerdo perdido en la nostalgia de tiempos mejores, me deprecian con sus ojos vacíos, cargados de la indiferencia de quien mira sin estar.

Me incorporo a ese mundo fantasmal, inmóvil, y camino entre las marionetas muertas, buscando la respuesta a mi pregunta. Sobre la mesa yace, entre las manzanas, la causa de mi inquietud; la tomo entre mis dedos y siento cómo presiono mi sien con el frío cañón. El silencio de unas miradas pasivas no me quiere detener. Aprieto el gatillo y muero.

Dejo atrás el humo y vuelvo a la fría soledad de mis recuerdos, de mis estampas. Me siento junto al radiador, entre su protector abrazo cálido, y te espero otra vez, como siempre, nada ha cambiado, las cosas siguen siendo igual, estás muerto y ya nunca volverás, pero yo te sigo esperando y hoy, como cada día, con una sola preocupación: ¿traerás cigarrillos entre tus recuerdos, o como siempre, sólo el dolor de haberte perdido?