miércoles, 9 de julio de 2014

La nana del baúl

De mayores queremos no haber crecido tanto ni tan rápido como quisimos siendo niños.

De entre las viejas historias de un anciano baúl, de bisagras oxidadas y olor a alcanfor, un coro de niños surge entonando melodías olvidadas tiempo atrás, con sabor a ternura e ingenuidad, con el sonido de lo que queda por venir, atrapado en la angustia de saber que todo aquello llegó hace años, tantos que ni se recuerdan, y el tiempo parece detenerse, mientras el eco de un silbido le hace tararear y unirse a la nostalgia.
Allí, detenido en medio del desván, un mar de dudas se desborda por la comisura de unos marchitos ojos que tratan de detener el inminente avance de una horda de poderosas fieras que pretenden destruir el delicado velo tras el que se esconden todos los sentimientos, hasta que, al final, sin poder hacer frente a la tormenta, se desahoga en silencio, a oscuras, apartado de las insufribles miradas de falsa piedad, convirtiendo cada sensación en algo incierto y haciendo que tiemble hasta el corazón, agazapado en un rincón de su miseria, encogiéndose con cada escalofrío que se arroja por sus mejillas.
No es dolor, pero duele, no es tristeza, pero no sonríe, no logra entender lo que sucede, pero tampoco quiere; toma aliento y se zambulle entre sábanas roídas, memorias y demás, y mientras se sumerge en ese océano de inocencia perdida, acepta que no quiere volver a esa vida que le ahoga y, simplemente, se deja atrapar por el abrazo del tiempo y no vuelve a respirar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario