martes, 8 de julio de 2014

El tronco

Aquel árbol se había muerto hacía mucho tiempo, pero aún conservaba una hoja colgando de una de sus ramas.
El tronco estaba torcido por el peso de la edad que llegó a tener, se había inclinado hasta casi rozar el suelo con sus viejas y nudosas ramas. La corteza áspera se había caído de parte de su costado, pero ya no sangraba aquella herida, ya nunca sangraría más.
Le faltaba parte de las ramas de la copa, un rayo fatal se las había arrancado en la violencia de una tempestad pasada, pero aún poseía aquella hoja marrón, muerta.
La tarde dejó su último aliento rojizo entre algunas nubes de algodón. Se fué pero dejó un suspiro, un último deseo, un soplo de aire que se posó sobre el tronco como un beso de buenas noches.
Aquella brisa pareció devolverle la vida porque se estremeció, como movido por un extraño placer; sin embargo, el aliento apenas sensible, desprendió la hoja, la arrancó de la rama muerta del muerto árbol.
Comenzó el descenso en un lento vals, bailando alrededor del inerte tronco, llamándole a la vida, pero el sordo árbol no respondió.
Aquella hoja muerta y marrón llegó al suelo, la música dejo de sonar, el beso se perdió en el olvido de la noche y el árbol quedó desnudo para el resto de la eternidad.

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