lunes, 23 de marzo de 2015

El anciano amante

Delicada, su mano acaricia la carne fría y húmeda, temblorosa, cargada de dudas en cada movimiento, deslizando sus dedos, ancianos ya, casi con reverencia clerical.
El péndulo del reloj de pared golpea el tiempo con sus pasos, casi avisando de lo tarde que se está haciendo.
La respiración jadeante, cansada pero ansiosa, muestra el temor en cada suspiro que pronuncia su boca, con los labios ligeramente abiertos, pero deseosa de ser receptora de un beso cómplice y recíproco.
El sol se ha sonrojado, como si se avergonzase de ver el hermoso pero secreto baile de aquella habitación.
Sus ojos jubilados, apenas bajo la crepuscular luz que penetra entre las cortinas de gasa amarillenta, permanecen ligeramente cerrados para no perder el camino que le conduce hacia su sueño.
Sus oídos hace años que no oyen, pero aún así siente, en cada partícula de la estancia, una melodía dulce, sensual, rítmica, que le hace creer que lo está logrando, que esta vez no debe rendirse, que puede seguir hasta el final.
Al terminar la canción de su alma, su corazón se llena de paz.
Cuando la luz de la tarde da paso a la de las farolas, Juan ya ha terminado un hermoso busto de barro que descansa sobre una mesita de madera, se ha encendido un cigarro y, antes de morir, ha pronunciado un simple: " Ya volvemos a estar juntos, mi amor".

No hay comentarios:

Publicar un comentario