Ahora,
abandonado el don de la palabra
al mismo silencio,
a su eco,
cederá,
porque el tiempo así lo dicta,
y romperá los tímpanos,
y la garganta,
con su quedo hueco
y su volumen mudado,
no tiembla ya, su timbre
sangra,
y emite un ruego ciego
sin nostalgia.
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