jueves, 21 de agosto de 2014

TIERRA MOVIDA

“Una vez te escuché decir a alguien que robar a un muerto era lo más rastrero que podía hacerse. Hoy he venido a tu funeral para arrebatarle a tu tumba todos los secretos que pretendías dejar bajo la lápida."

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Natasha permanecía inmóvil frente al ataúd de roble, en un pequeño alto coronado por un ciprés centenario. El aire cálido y sensual de un atardecer de verano besaba cada milímetro de su piel de veinte años, acariciando por debajo de la falda y escalando hacia sus pechos a través de la vaporosa blusa; sin embargo, un escalofrío recorrió su espalda, la hizo estremecer y encogió sus sentimientos al ver cómo el ataúd penetraba en las carnes abiertas de una tierra que lo acogía en sus entrañas como tantas otras veces Natasha acogió al hombre que yacía dentro.

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Una sacudida de recuerdos violentos la transporta a las lejanas estancias en donde juegan al escondite restos de su pasado. Una tibia luz penetra en sus rincones más oscuros, llenando de una pegajosa blancura todas las cavidades de su memoria. Sacude la cabeza pero no puede limpiar la desagradable sensación.

"Llegabas a casa tarde, después de un intenso día de trabajo que no conseguía agotarte y te acercabas sigiloso a la puerta de mi intimidad.
Entrabas sin hacer ruido: te gustaba verme dormir, sumida en el silencio de mis sueños. Te desnudabas lentamente, sin ninguna prisa, con esa paciencia eterna que te movía despacio. Luego, arropándote entre mis sábanas, acercabas tus labios a mi oído y susurrabas mi nombre, tan dulcemente que un cosquilleo recorría todo mi cuerpo y me despertaba.
Siempre te gustó que me quitase la ropa delante de ti, pero nunca hubo música entre nosotros, tan sólo la acelerada percusión de un corazón excitado. "

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Natasha paseaba silenciosa por los caminos eternos de un parque de recuerdos perennes en donde los niños jugaban a ser padres y los padres a ser niños. Pasó junto a un banco de madera, uno de los que recordaba frente al brillo del estanque, y se sentó, observando cómo los voraces patos devoraban los trozos de pan que ella arrojaba, con quince años.
Alzó la mano y un pequeño querubín de tonos grises se posó en su mano para comer migas de galleta, cuando terminó se fue volando. Natasha siguió al ángel con la memoria mientras se perdía en el cielo.

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"Recuerdo la primera vez que entraste en lo más profundo de mi ser, lo recuerdo como si hubiese sucedido ayer mismo, aunque hace ya mucho tiempo que tu nerviosismo se abalanzó como un tigre sobre mi intachable virginidad y manchó, con la sangre de una inocente presa, mis sábanas blancas. Nunca te paraste a pensar en lo que hacías, ¿verdad?
Aquel día, cuando me diste el beso de buenas noches y te marchaste, me quedé sola, llorando en el silencio de una habitación violada, sin la certeza de lo que había pasado y con un dolor tanto físico como moral. "

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El funeral se hacía largo, igual que la sombra del sacerdote que, arras­trándose por el suelo, iba besando una a una las lápidas con las que se topaba al intentar alejarse de un anaranjado sol que amenazaba con perderse tras el horizonte antes de que se hubiese terminado el cansado ceremonial.
Con el anochecer llegaba un viento frió que se acercaba a la triste soledad de Natasha y seguía su viaje hacia ninguna parte junto a los pensamientos perdidos de la única persona que escuchaba la oración, larga pero hermosa, que dirigía el agradable clérigo a un hombre muerto y a una mujer con ganas de morir.

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Natasha sacó un cigarrillo del bolso de piel negra que llevaba colgado del hombro, lo encendió y sintió cómo la miraba con cierta reprobación el viejo oficiante.
Nada de eso tenía ya importancia, nada de lo que pudiese pensar nadie, ni siquiera aquel hombre que estaba, por fin, terminando la oración.

- ...porque nadie ha sido enviado a la tierra por Nuestro Señor sin un motivo y el motivo de todo ser es el de tener una familia de hijos e hijas que pueblen con salud y amor todos y cada uno de los rincones de nuestra amada casa que es la casa del Señor. La riqueza de un hombre no puede medirse por sus posesiones pues en el Cielo todos somos iguales a los ojos de Dios y esa es nuestra más preciada posesión: la mirada paternal e indulgente de Dios, Nuestro Señor. Amén.

Terminó el cigarrillo al tiempo que concluía la oración. El sacerdote se dirigió hacia Natasha, la tomó del brazo, con un agradable gesto, y le dio su más sentido pésame. Ella, aunque indiferente, aceptó sus palabras porque sabía que no eran más que eso, sólo vacíos mensajes de un hombre al que no volvería a ver sobre un hombre al que jamás podría olvidar.

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El sacerdote se fue con su sombra negra hacia la capilla y cuando lo perdió de vista, Natasha volvió a sentir otra vez la necesidad de huir, como la primera vez que se acostó con el hombre que ahora se atrevía a descansar por toda la eternidad.
No se fue hasta que los enterradores terminaron su trabajo; sólo entonces aceptó que nada le quedaba por hacer en aquel lugar, ni en aquel ni en ningún otro.

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Ella volvería a casa, se prepararía un baño de espuma y dejaría que el agua se saliese de la bañera, ya nada tenía importancia, nada volvería a ser lo que era antes. Por fin podría descansar sin la tensión de no saber si él volvería o no para tomarla como siempre había hecho.

***
Natasha dejó una botella de champán en un cubo con hielo en el cuarto de baño, junto a una sola copa, su copa, y una cuchilla de afeitar que había comprado hacía tiempo, antes de que él enfermara de sida y la contagiase.
Todo estaba sobre una banqueta de madera junto a la bañera y todo estaba con motivo.
Pondría un disco de los que a ella le gustaban, se desnudaría despacio, sin nadie que la hiciese ir deprisa y se metería en la bañera durante un buen rato. Abriría la botella y se serviría una sola copa, para ella, y la bebería despacio, con todo el tiempo en sus manos, dirigiendo, al fin, su propia vida. Luego todo terminaría cuando ella quisiese, tomaría la cuchilla y se cortaría las venas como tantas otras veces había intentado.

***

"No te rías de mí, esta vez no estas para impedir que lo haga. Sólo me has dejado una enfermedad y malos recuerdos, esa debe ser la herencia de amor de la que hablaba el cura. Entraste en mi vida cuando te dio la gana y sin pedir permiso. Yo te acepté en mi cama porque no sabía qué era lo que estabas haciendo, yo era muy joven, pero al menos podías haber sido fiel conmigo, ya que no lo fuiste con mi madre.
Fue por eso, por tu culpa, que ella muriese, pero a ti nada te importaba. Recuerdo que el mismo día de su muerte, después de regresar del entierro, cuando yo me estaba dando una ducha, entraste y me volviste a tomar. Aquel día fue el primero en el que intenté suicidarme, ¿lo recuerdas tú? "

***

Natasha terminó de apurar otro cigarrillo y se agachó para apagarlo sobre la tierra movida bajo la cual descansaban los restos de aquel individuo.
Uno de los sepultureros que aun estaba allí, se quedó atónito ante la sorprendente actitud de la joven y creyó escucharla decir algo que sólo entendería, al pensar en ello al día siguiente, mientras leía la desgarradora historia de la joven, en una carta de suicidio, publicada en un periódico de la región:

- Adiós, papá.

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