jueves, 17 de septiembre de 2015

La mansión Crow Mirror

Capítulo VI: Un cigarro, un whisky y una extraña.

-¿Sr. Mongabay...? ¿Monsieur...?

Una fría y fina mano me tomó del brazo, era Linda, me miraba con la cara desencajada, como si hubiese visto un fantasma.

-¿Sí? -respondí tratando de no mostrar mi desorientación.

-Le indicaba que su habitación está al final del pasillo de la primera planta, bajo estrictas "recomendaciones" del señor Cromwell. Nuestra mejor habitación.

-Claro, claro, al final de pasillo...primera planta...- repetí mientras tomaba la llave que me ofrecía.

Me giré hacia la escalera, adornada con una alfombra de aspecto envejecido que recorría todos los escalones. El pasamanos, de madera de roble, brillaba bajo la araña del hall.

Metí la mano en el bolsillo de la americana y saqué el paquete de Lucky. No quedaba ni un cigarro. Lo estrujé y lo devolví a su lugar de partida con una mueca en la cara.

-Perdona, belleza, ¿hay manera de encontrar algo de beber y un pitillo en este "encantador" hotel?

-Tiene un paquete de tabaco en la mesita de su habitación. En seguida aviso a mi marido para que le suba una botella de bourbon, si le parece bien.

No respondí, supuse que el silencio otorga y que aquella mujer ya no quería escuchar ninguna de mis apreciaciones. Por el momento, era mejor dejarla tranquila, tal vez, cuando bajase a cenar, trataría de sacar de nuevo el tema de Clarise.

Mientras subía las escaleras, me preguntaba porqué había vuelto a mi cabeza ese extraño sueño de muerte, esclavitud, demonios y brujería. Nunca me había sucedido despierto, siempre me asaltaba en mitad de la noche y me despertaba empapado en sudor, como si yo mismo hubiese corrido entre aquellos demonios hambrientos de venganza, pero esta vez me vino en plena conversación y, por desgracia, ni siquiera pude escuchar la respuesta de Linda, a pesar de que la sabía de antemano.

La habitación del hotel estaba decorada con cierto encanto maternal, sin ser especialmente femenina ni pomposa, pero sí muy acogedora. Necesitaba asearme antes de bajar a cenar, así que llené la bañera hasta que el vapor cubrió por completo el espejo y la ventana.

Conecté el aparato de radio a tiempo de escuchar los últimos compases de Hobo Blues, de John Lee Hooker, mientras abría el paquete y me encendía, con una cerilla, un Lucky que llenó de calor mis pulmones. Algo de Muddy Waters sonaba mientras me sumergía en el agua, dejando el pitillo del otro lado de la bañera.

Alguien golpeó la puerta de la habitación y supe que llegaba mi deseada bebida, así que me limité a gritarle al camarero que dejase la botella sobre la mesa y me sirviese un vaso para cuando saliese.

-¿Lo quieres solo...?- me preguntó una aterciopelada voz femenina desde el quicio de la puerta- ¿...o acompañado?

La voz salía de unos labios rojos como la sangre, los cuales adornaban, con su sensual sonrisa, una de las caras más hermosas que había visto en mi vida. Su cabello, del color de la noche, se ondulaba con elegancia sobre unos desnudos hombros, de los que apenas colgaban unos finos tirantes que sostenían un sedoso vestido negro.

-Cariño, es posible que me arrepienta de mi respuesta, pero lo quiero solo, aunque si te marchas me voy a sentir muy triste.

- Señor Mongabay, he venido a pedirle que se marche de este lugar y que abandone este "encargo". Puedo ser todo lo "persuasiva" que usted quiera.

-Cielo, si no te importa, llámame Peter, creo que en estas circunstancias puede decirse que la fina línea que separa la familiaridad de la educación ha sido cruzada con creces- dije mientras me incorporaba de la bañera- por cierto, aun no sé tu nombre.

-Claro, Peter, puedes llamarme como quieras. Toma tu whisky- me dijo mientras se acercaba a la bañera con un vaso en una mano y la botella en la otra.

Tomó mi cigarro y lo llevó a sus labios, me sirvió el bourbon y dejó la botella sobre el lavabo al tiempo que apagaba el pitillo.

Se soltó los tirantes del vestido, que cayó con suavidad al suelo, y entró en la bañera rozando mi piel con sus perfectamente esculpidos pechos.

La radio emitía una canción de Sarah Vaughan, "In a sentimental mood" y todo, absolutamente todo en aquel instante, me advirtió de dos cosas: la primera es que estaba seguro de que aquella noche no proseguiría con mi investigación, la segunda es que me quedaría sin cenar.

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